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Ezequiel 3:3-18 Reina-Valera 1909 (RVR1909)

3. Y me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como la miel.

4. Entonces me dijo: Hijo de hombre, ve, acércate a la casa de Israel y habla a ellos con mis palabras.

5. Porque no eres enviado a un pueblo de habla incomprensible ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel;

6. no a muchos pueblos de habla incomprensible ni de lengua difícil, cuyas palabras no entiendas; si a ellos yo te enviara, ellos sí te escucharían.

7. Pero la casa de Israel no te querrá oír, porque no me quiere oír a mí; pues toda la casa de Israel es dura de frente y dura de corazón.

8. He aquí, yo he hecho tu rostro duro contra los rostros de ellos, y tu frente dura contra sus frentes.

9. Como el diamante, más duro que el pedernal, he hecho tu frente; no los temas ni tengas miedo delante de ellos, porque son una casa rebelde.

10. Y me dijo: Hijo de hombre, toma en tu corazón todas mis palabras que yo te hablaré y oye con tus oídos.

11. Y ve, acércate a los cautivos, a los hijos de tu pueblo, y háblales y diles: Así ha dicho Jehová el Señor, ya sea que escuchen o dejen de escuchar.

12. Y el espíritu me levantó, y oí detrás de mí una voz de gran estruendo, que decía: Bendita sea la gloria de Jehová desde su lugar.

13. Oí también el ruido de las alas de los seres vivientes que se tocaban la una con la otra, y el ruido de las ruedas delante de ellos y el ruido de gran estruendo.

14. Y el espíritu me levantó y me llevó; y fui en amargura, en la indignación de mi espíritu, mas la mano de Jehová era fuerte sobre mí.

15. Y vine a los cautivos en Tel-abib, que moraban junto al río Quebar, y me senté donde ellos estaban sentados, y allí permanecí siete días, atónito, entre ellos.

16. Y aconteció que al cabo de los siete días vino a mí la palabra de Jehová, diciendo:

17. Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca y los amonestarás de mi parte.

18. Cuando yo diga al malvado: De cierto morirás, y tú no lo amonestas ni le hablas, para que el malvado sea advertido de su mal camino a fin de que viva, el malvado morirá en su iniquidad, mas su sangre demandaré de tu mano.

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