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Hechos 16:14-31 Nueva Versión Internacional (NVI)

14. Una de ellas, que se llamaba Lidia, adoraba a Dios. Era de la ciudad de Tiatira y vendía telas de púrpura. Mientras escuchaba, el Señor le abrió el corazón para que respondiera al mensaje de Pablo.

15. Cuando fue bautizada con su familia, nos hizo la siguiente invitación: «Si ustedes me consideran creyente en el Señor, vengan a hospedarse en mi casa.» Y nos persuadió.

16. Una vez, cuando íbamos al lugar de oración, nos salió al encuentro una joven esclava que tenía un espíritu de adivinación. Con sus poderes ganaba mucho dinero para sus amos.

17. Nos seguía a Pablo y a nosotros, gritando:—Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, y les anuncian a ustedes el camino de salvación.

18. Así continuó durante muchos días. Por fin Pablo se molestó tanto que se volvió y reprendió al espíritu:—¡En el nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas de ella!Y en aquel mismo momento el espíritu la dejó.

19. Cuando los amos de la joven se dieron cuenta de que se les había esfumado la esperanza de ganar dinero, echaron mano a Pablo y a Silas y los arrastraron a la plaza, ante las autoridades.

20. Los presentaron ante los magistrados y dijeron:—Estos hombres son judíos, y están alborotando a nuestra ciudad,

21. enseñando costumbres que a los romanos se nos prohíbe admitir o practicar.

22. Entonces la multitud se amotinó contra Pablo y Silas, y los magistrados mandaron que les arrancaran la ropa y los azotaran.

23. Después de darles muchos golpes, los echaron en la cárcel, y ordenaron al carcelero que los custodiara con la mayor seguridad.

24. Al recibir tal orden, éste los metió en el calabozo interior y les sujetó los pies en el cepo.

25. A eso de la medianoche, Pablo y Silas se pusieron a orar y a cantar himnos a Dios, y los otros presos los escuchaban.

26. De repente se produjo un terremoto tan fuerte que la cárcel se estremeció hasta sus cimientos. Al instante se abrieron todas las puertas y a los presos se les soltaron las cadenas.

27. El carcelero despertó y, al ver las puertas de la cárcel de par en par, sacó la espada y estuvo a punto de matarse, porque pensaba que los presos se habían escapado. Pero Pablo le gritó:

28. —¡No te hagas ningún daño! ¡Todos estamos aquí!

29. El carcelero pidió luz, entró precipitadamente y se echó temblando a los pies de Pablo y de Silas.

30. Luego los sacó y les preguntó:—Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo?

31. —Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos —le contestaron.

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