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1 Reyes 20:31-41 Nueva Traducción Viviente (NTV)

31. Los oficiales de Ben-adad le dijeron: «Hemos oído, señor, que los reyes de Israel son compasivos. Entonces pongámonos tela áspera alrededor de la cintura y sogas en la cabeza en señal de humillación, y rindámonos ante el rey de Israel. Tal vez así le perdone la vida».

32. Entonces se pusieron tela áspera y sogas, y fueron a ver al rey de Israel, a quien le suplicaron:—Su siervo Ben-adad dice: “Le ruego que me perdone la vida”.El rey de Israel respondió:—¿Todavía vive? ¡Él es mi hermano!

33. Los hombres tomaron la respuesta como una buena señal y, aprovechando esas palabras, enseguida le respondieron:—¡Sí, su hermano Ben-adad!—¡Vayan a traerlo! —les dijo el rey de Israel.Cuando Ben-adad llegó, Acab lo invitó a subir a su carro de guerra.

34. Ben-adad le dijo:—Te devolveré las ciudades que mi padre le quitó a tu padre, y puedes establecer lugares de comercio en Damasco, como hizo mi padre en Samaria.Entonces Acab le dijo:—Te dejaré en libertad con estas condiciones.Así que hicieron un nuevo tratado y Ben-adad quedó en libertad.

35. Mientras tanto, el Señor le ordenó a un miembro del grupo de profetas que le dijera a otro: «¡Golpéame!»; pero el hombre se negó a golpearlo.

36. Entonces el profeta le dijo: «Como no obedeciste la voz del Señor, un león te matará apenas te separes de mí». Cuando el hombre se fue, sucedió que un león lo atacó y lo mató.

37. Luego el profeta se dirigió a otro hombre y le dijo: «¡Golpéame!». Así que el hombre lo golpeó y lo hirió.

38. El profeta se puso una venda en los ojos para que no lo reconocieran y se quedó junto al camino, esperando al rey.

39. Cuando el rey pasó, el profeta lo llamó:—Señor, yo estaba en lo más reñido de la batalla, cuando de pronto un hombre me trajo un prisionero y me dijo: “Vigila a este hombre; si por alguna razón se te escapa, ¡pagarás con tu vida o con una multa de treinta y cuatro kilos de plata!”;

40. pero mientras yo estaba ocupado en otras cosas, ¡el prisionero desapareció!—Bueno, fue tu culpa —respondió el rey—. Tú mismo has firmado tu propia sentencia.

41. Enseguida el profeta se quitó la venda de los ojos, y el rey lo reconoció como uno de los profetas.

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