16. Sadrac, Mesac y Abednegó respondieron al rey Nabucodonosor:—De ese asunto no tenemos nada que responder.
17. Si el Dios a quien adoramos puede librarnos del horno ardiente y de tu mano, seguro que nos librará, majestad.
18. Pero, aunque no lo hiciera, puedes estar seguro, majestad, que no daremos culto a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has erigido.
19. Entonces Nabucodonosor, henchido de cólera y con el rostro demudado por la respuesta de Sadrac, Mesac y Abednegó, ordenó que encendiesen el horno siete veces más fuerte que de costumbre,
20. que los soldados más fornidos maniatasen a Sadrac, Mesac y Abednegó y que los arrojasen en el horno ardiente.
21. Estos tres hombres, una vez maniatados, fueron arrojados en medio del horno ardiente con la ropa que llevaban puesta: túnicas, turbantes, mantos y demás vestimenta.
22. Como la orden del rey había sido tan apremiante y el horno estaba al rojo vivo, las llamaradas abrasaron a los hombres que habían llevado a Sadrac, Mesac y Abednegó,
23. mientras los tres jóvenes, Sadrac, Mesac y Abednegó, caían maniatados en medio del horno.
24. Entonces el rey Nabucodonosor se quedó pasmado, se levantó de golpe y preguntó a sus consejeros:—¿No hemos arrojado a las llamas a tres hombres maniatados?Le respondieron:—Cierto, majestad.