7. Ni siquiera me he creído digno de presentarme personalmente ante ti. Pero una sola palabra tuya bastará para que sane mi asistente.
8. Porque yo también estoy sujeto a la autoridad de mis superiores, y a la vez tengo soldados a mis órdenes. Si a uno de ellos le digo: “Vete”, va; y si le digo a otro: “Ven”, viene; y si a mi asistente le digo: “Haz esto”, lo hace.
9. Al oír esto, Jesús quedó admirado de él. Y dirigiéndose a la gente que lo seguía, dijo:— Os aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande como esta.
10. Y cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron curado al asistente.
11. Algún tiempo después, Jesús, en compañía de sus discípulos y de otra mucha gente, se dirigió a un pueblo llamado Naín.
12. Cerca ya de la entrada del pueblo, una nutrida comitiva fúnebre del mismo pueblo llevaba a enterrar al hijo único de una madre que era viuda.
13. El Señor, al verla, se sintió profundamente conmovido y le dijo:— No llores.
14. Y acercándose, tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús exclamó:— ¡Muchacho, te ordeno que te levantes!
15. El muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.