25. De nada vale tener todo el mundo si uno mismo se destruye o se pierde.
26. Si alguien se avergüenza de mí y de mi enseñanza, entonces yo me avergonzaré de él cuando venga en mi gloria y en la gloria de mi Padre y de los santos ángeles.
27. Pero les digo la verdad: algunos de los que están aquí no morirán sin antes haber visto el reino de Dios.
28. Más o menos ocho días después de decir estas palabras, Jesús llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a una montaña a orar.
29. Mientras Jesús oraba, su cara cambió y su ropa se volvió de color blanco muy brillante.
30. Entonces dos hombres hablaban con él; eran Moisés y Elías,
31. que se veían también llenos de esplendor. Los dos hablaban de la muerte de Jesús, que iba a ocurrir en Jerusalén.
32. Pedro y los que estaban con él, se habían quedado dormidos. Pero cuando se despertaron, vieron la gloria de Jesús y también a los dos hombres que estaban al lado de él.
33. Cuando Moisés y Elías se iban, Pedro, sin saber lo que decía, le dijo a Jesús: —Maestro, qué bueno que estemos aquí. Permítenos hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
34. Pero mientras decía esto, una nube llegó y los envolvió. Los seguidores estaban muy asustados cuando entraron en la nube.
35. Entonces salió de la nube una voz que decía: «Este es mi Hijo, mi elegido. ¡Escúchenlo!»
36. Después de que se dejó de oír la voz, Jesús quedó solo. Pedro, Juan y Santiago guardaron silencio. Por un tiempo no le dijeron a nadie lo que habían visto.
37. Al día siguiente bajaron de la montaña y mucha gente salió al encuentro de Jesús.
38. Justo en ese momento, un hombre de la multitud gritó: —Maestro, te ruego que veas a mi único hijo, porque
39. un espíritu se apodera de él. De repente grita, luego lo tira al suelo y le sale espuma por la boca. El espíritu lo sigue atormentando y lo deja rendido.