28. La mujer, por su parte, dejó allí el cántaro, regresó al pueblo y dijo a la gente:
29. — Vengan a ver a un hombre que me ha adivinado todo lo que he hecho. ¿Será el Mesías?
30. Ellos salieron del pueblo y fueron a ver a Jesús.
31. Mientras tanto, los discípulos le insistían:— Maestro, come.
32. Pero él les dijo:— Yo me alimento de un manjar que ustedes no conocen.
33. Los discípulos comentaban entre sí:— ¿Será que alguien le ha traído comida?
34. Jesús les explicó:— Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo sus planes.
35. ¿No dicen ustedes que todavía faltan cuatro meses para la cosecha? Pues fíjense: los sembrados están ya maduros para la recolección.
36. El que trabaja en la recolección recibe su salario y recoge el fruto con destino a la vida eterna; de esta suerte, se alegran juntos el que siembra y el que hace la recolección.
37. Con lo que se cumple el proverbio: “Uno es el que siembra y otro el que cosecha”.
38. Yo los envío a ustedes a recolectar algo que no han labrado; otros trabajaron y ustedes se benefician de su trabajo.
39. Muchos de los habitantes de aquel pueblo creyeron en Jesús movidos por el testimonio de la samaritana, que aseguraba:— Me ha adivinado todo lo que he hecho.
40. Por eso, los samaritanos, cuando llegaron a donde estaba Jesús, le insistían en que se quedara con ellos. Y en efecto, se quedó allí dos días,
41. de manera que fueron muchos más los que creyeron en él por sus propias palabras.
42. Así que decían a la mujer:— Ya no creemos en él por lo que tú nos has dicho, sino porque nosotros mismos hemos escuchado sus palabras, y estamos convencidos de que él es verdaderamente el salvador del mundo.
43. Pasados dos días, Jesús partió de Samaría camino de Galilea.