48. Cuando sobreviene una guerra o algún otro desastre, los sacerdotes entran en consulta para decidir dónde ocultarse junto con sus dioses.
49. Y a pesar de todo no entienden que no pueden ser dioses los que ni siquiera son capaces de salvarse a sí mismos de la guerra y de los desastres.
50. Pero, puesto que no consisten sino en pedazos de madera recubiertos de oro y plata, antes o después se verá que son un puro engaño. Todas las naciones y sus reyes descubrirán un día que no se trata de dioses, sino de objetos hechos por manos humanas y que en ellos no hay nada que sea obra de Dios.
51. ¿Quién no se va a dar cuenta de que no son dioses?
52. ¡No pueden nombrar a nadie rey de un país, ni pueden tampoco enviar lluvia a los humanos!
53. Carecen de poder, y por tanto son incapaces de mantener juicios propios o de liberar al que sufre injustamente. ¡Son como las cornejas que vuelan entre el cielo y la tierra!
54. Si un día se incendia el templo de esos dioses de madera, recubiertos de oro y plata, sus sacerdotes saldrán corriendo para ponerse a salvo, pero ellos arderán como troncos en medio de las llamas.
55. No pueden hacer frente a un rey ni a ningún otro enemigo.
56. ¿Cómo, pues, se puede pensar o creer que son dioses?
57. Además, esos dioses de madera, recubiertos de oro y plata, son igualmente impotentes para salvarse de ladrones y salteadores que, al ser más fuertes que ellos, los despojan del oro, de la plata y de las ropas que los cubren, y luego se van sin que los dioses logren socorrerse a sí mismos.
58. Por tanto, un rey capaz de demostrar su valentía o un objeto útil en una casa y del cual se sirve el dueño, tienen más valor que esos falsos dioses. Igualmente la puerta de una casa que protege lo que hay en ella o una columna de un palacio real, valen más que esos falsos dioses.