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2 Macabeos 3:4-18 La Biblia Hispanoamericana Traducción Interconfesional (BHTI)

4. Había por aquel entonces un tal Simón*, de la familia de Bilgá, administrador del Templo, que se enfrentó con el sumo sacerdote por razones relativas al control de los mercados de la ciudad;

5. pero como no pudo imponerse a Onías, acudió a Apolonio de Tarso, que por ese tiempo era gobernador de las provincias de Celesiria y Fenicia;

6. le contó que el tesoro del Templo de Jerusalén estaba colmado de riquezas, que la cantidad de dinero allí depositada era incalculable, superando con creces los gastos de los sacrificios, y que nada impedía ponerlo a disposición del rey.

7. En una audiencia con el rey, Apolonio le puso al tanto del tema de dichas riquezas. Entonces el rey envió a Heliodoro, su encargado de negocios, a apoderarse de ellas.

8. Heliodoro se puso en camino inmediatamente, fingiendo que iba a visitar las ciudades de Celesiria y Fenicia, pero lo que se proponía era cumplir las órdenes del rey.

9. Al llegar a Jerusalén, lo recibió amistosamente el sumo sacerdote de la ciudad, a quien él expuso lo que le habían comunicado y le preguntó si era correcta su información.

10. El sumo sacerdote le respondió que se trataba de unos depósitos pertenecientes a las viudas y a los huérfanos,

11. y que una parte era de Hircano*, hijo de Tobías, un hombre de elevada posición. Contrariamente a lo dicho por el impío Simón, el total del tesoro ascendía a cuatrocientos talentos de plata y doscientos de oro;

12. y no se debía cometer la injusticia de defraudar a los que habían puesto su confianza en la santidad del lugar y en la inviolable majestad de aquel Templo venerado en todo el mundo.

13. Heliodoro, obedeciendo las órdenes del rey, mantenía su propósito de confiscar las riquezas en beneficio de las arcas reales.

14. Y así, en el día que había señalado, entró en el Templo para inspeccionar el tesoro, lo cual causó gran consternación en toda la ciudad.

15. Los sacerdotes, de rodillas delante del altar con sus ropas sacerdotales, invocaban a Dios, que había dado la ley sobre los bienes en depósito, y le rogaban que los preservara intactos para quienes los habían depositado.

16. El aspecto del sumo sacerdote impresionaba profundamente, pues su rostro y la palidez de su semblante revelaban la angustia que llenaba su alma.

17. El miedo y el temblor que estremecía su cuerpo revelaban a quienes lo miraban el intenso dolor de su corazón.

18. Además, la gente salía en grupos de sus casas, para orar juntos por el Templo que estaba en peligro de ser profanado.

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