1. Estamos, pues, rodeados de una ingente muchedumbre de testigos. Así que desembaracémonos de todo impedimento, liberémonos del pecado que nos cerca y participemos con perseverancia en la carrera que se nos brinda.
2. Hagámoslo con los ojos puestos en Jesús, origen y plenitud de nuestra fe. Jesús, que, renunciando a una vida placentera*, afrontó sin acobardarse la ignominia de la cruz y ahora está sentado junto al trono de Dios.
3. Tengan, por tanto, en cuenta a quien soportó una oposición tan fuerte de parte de los pecadores. Si lo hacen así, el desaliento no se apoderará de ustedes.
4. En realidad, aún no han llegado ustedes a derramar sangre en su lucha contra el pecado,
5. pero sí han olvidado la exhortación paternal que les dirige la Escritura: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor ni pierdas el ánimo cuando él te reprenda,
6. pues el Señor corrige a quien ama y castiga a quien reconoce como hijo.
7. Acepten ustedes la corrección, que es señal de que Dios los trata como a hijos. ¿Hay, en efecto, algún padre que no corrija a su hijo?
8. Pero si quedan privados de la corrección que todos reciben, es que son bastardos y no hijos legítimos.